Repositorio Digital diseñado por el antropólogo David López Cardeña y Andrea Getzemani Manzo Matus con la colaboración de Natalí Alonso Aranda y Mariel Armenta Sánchez de la Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana, para apoyar el desarrollo académico de la comunidad antropológica.
Marcelo Ramírez Ramírez
El nueve de abril nos reunimos Julio César Martínez, Jesús Jiménez Castillo y quien esto escribe para platicar acerca de ciertos proyectos relacionados con las fiestas del Bicentenario. Algunos trabajos de nuestra autoría ya habían aparecido en la excelente revista Centenarios, revoluciones sociales en Veracruz, publicada por la SEV y de la que el maestro Martínez es Director editorial. En algún momento de la charla recordamos al maestro Carlo Antonio Castro Guevara, con quien los ahí presentes reconocimos una deuda intelectual por las muchas horas que Carlo nos había dedicado a cada uno por su lado, compartiéndonos no sólo sus amplios intereses culturales, sino el hondo sentido de promoción humana que veía en el estudio y difusión del conocimiento. Carlo Antonio hizo, a lo largo de más de cinco décadas de enseñanza e investigación, aportaciones significativas en diversos campos de las ciencias sociales y las humanidades. Su talante intelectual fue el de un hombre del renacimiento, ávido de abarcarlo todo y de hurgar en lo más profundo de las realidades que despertaban su afán inquisitivo. Ambición de totalidad y necesidad de rigor, de no abandonar un tema sin antes dominarlo, eran propósitos que podía conciliar gracias a su inteligencia poderosa y a un ejercicio de autodisciplina a que se sometía para sacar adelante las tareas sin tregua y sin descanso. Me parece digna de destacarse la coincidencia de que de los escritores veracruzanos contemporáneos reconocidos por la calidad de su prosa, tres sean antropólogos, me refiero a Gonzalo Aguirre Beltrán, Félix Báez Jorge y el propio Carlo Antonio Castro Guevara.
El maestro Carlo venía padeciendo de hace ya varios años problemas de salud, que se agudizaron en el curso de los últimos meses. Julio César Martínez comentó que al visitarlo en el Centro de Especialidades Médicas, lo había encontrado sumamente debilitado. Carlo, a quien conocimos como hombre de gran vigor e imponente presencia con su andar de oso en los pasillos de Humanidades, estaba cediendo cada día más al acoso de una enfermedad insidiosa. En esos momentos, al recordar al maestro y al amigo, decidimos visitarlo en su casa a donde, quizá por petición del mismo Carlo, había sido trasladado para continuar con su tratamiento en el ambiente cálido del hogar. Julio César Martínez aceptó gustoso solicitar el permiso a la maestra Carmen Vargas Delgadillo, esposa de Carlo y desde luego a éste, para poder visitarlo. La petición fue atendida con gentileza por ambos y así fue como nos trasladamos al hogar de la familia Castro-Vargas. Ya la maestra nos esperaba y rápidamente accedimos a la sala para de ahí pasar a una pequeña habitación en la planta baja, donde el maestro Carlo se hallaba recostado en una cama individual. El cuarto impecablemente limpio, hubiera dado a cualquiera la impresión de total normalidad, si no fuera por el rostro consumido de nuestro querido amigo, cuyo cuerpo, en extremo delgado, apenas hacia presión sobre el colchón de la cama. Por lo demás, el maestro era el de siempre; con lucidez extraordinaria, sin detenerse más que brevemente en el tema que parecía obligado de su enfermedad, empezó a tocar las cuestiones que siempre habían motivado su interés. Fue así como surgió el tema de la reedición de Los hombres verdaderos, llevada a cabo recientemente por la Universidad Veracruzana, con prólogos de Sergio Galindo y Raúl Hernández Viveros y un ensayo de Roberto Williams García. En la parte final, bajo el título de Voces en torno a Los hombres verdaderos, se recogen juicios de César Rodríguez Chicharro, Martín Lienhard y Antonio Tejeda-Moreno. Carlo se mostraba complacido y recordó el nacimiento de esta obra durante su estadía en los Altos de Chiapas, cuando, muy joven, hacía trabajo de campo en las comunidades tzeltales. “Cuando era niño, recuerda, tuve una nana en Guatemala a donde nos había llevado mi padre al escapar de la dictadura que agobiaba a El Salvador. Mi nana me hablaba en mayaquiché, lengua que yo no entendía, pero me acostumbré a los sonidos y así, la escucha me preparó para el aprendizaje del tzeltal; éste me resulto muy fácil.” Fue el dominio de esta lengua, donde se conservan los tesoros de la tradición oral de los tzeltales, la que permitió al joven antropólogo recrear, en un castellano de alta calidad literaria, una visión del mundo y del hombre, fiel en esencia y contenido al relato indígena. Y así nació Los hombres verdaderos. Carlo Antonio sigue evocando su infancia y juventud; por sus palabras se comprende que su nana fue figura clave en su formación y, desde luego, su padre, de quien dice, aprendió a respetar la dignidad y cultura de los pueblos étnicos: “desde entonces siempre los respeté y aprendí a valorar lo que significan como parte de nuestras raíces”. Sonríe y pasa a otro tema cuando recuerda su lectura de las Mil noches y una, subrayando esta forma de aludir al título de la obra más famosa de la literatura árabe. En ese libro traducido al inglés e ilustrado con bellas estampas, le fue más fácil aprender el idioma de Shakespeare; ya se advertía, por otra parte, su disposición para el aprendizaje de las lenguas, que habría de convertirlo en un lingüista connotado. Después nos cuenta otros pasajes de su vida y llega a la época en que es invitado por el doctor Gonzalo Aguirre Beltrán en 1958, para integrarse al grupo de maestros e investigadores con los que iniciaría el despegue y reconocimiento internacional de la Universidad Veracruzana. Para Carlo fue una etapa de trabajo intenso, de creatividad, de entusiasmo; llegó para enseñar y seguir aprendiendo con la tenacidad que le fue característica. Mientras otros permanecieron sólo algunos años, pocos, entre ellos muy señaladamente el maestro Carlo, decidieron permanecer en Xalapa, echar raíces haciéndose xalapeños, hasta llegar a ser parte del paisaje humano de nuestra ciudad.
Carlo nos platica de su participación en las más variadas iniciativas académicas y de sus aportes como maestro, investigador y escritor. Su formación, experiencia y logros en distintos campos del conocimiento, elevaron su prestigio obligándolo al mismo tiempo a multiplicarse para cumplir compromisos en las carreras de historia, pedagogía, idiomas, letras y desde luego antropología, de la que fue uno de sus más sólidos pilares. El maestro Carlo llegó a la edad de 84 y puede decirse que los vivió con plenitud, dejando una herencia de valor académico y humano que asegura su permanencia entre nosotros. Nos sonríe y nos agradece la visita. Todavía antes de abandonar su casa, nos pregunta si estamos “haciendo cosas” y nos invita a seguir adelante. Hacemos el compromiso de volver pronto; Jesús Jiménez le da un abrazo, luego me toca a mí; el último en salir es Julio César Martínez, quien es visitante asiduo de la casa y goza de la confianza de la familia. La maestra Carmen Vargas nos despide en la puerta que da a la avenida Araucarias con su natural amabilidad. No sabíamos en esos momentos que muy pronto la veríamos nuevamente, en la sala donde se velaría al maestro Carlo Antonio Castro Guevara en Bosques del Recuerdo. El maestro Carlo murió en paz seis horas después de nuestra visita, ese día domingo a las diez quince de la noche. Nos había participado de su último banquete socrático. Descanse en paz querido maestro.